Ella llegó a los campamentos cuando era un bebé, a los quince años la enviaron a Cuba donde se licenció en medicina. Posteriormente viajó a Líbano, Estados Unidos y Argelia. Habla cuatro idiomas (español, francés, inglés y hassanía). Veinte años después ha vuelto para quedarse y trabajar en la unidad de ginecología del Hospital Nacional, que se encuentra en Rabuni (epicentro de los campamentos de refugiados).
Precisamente en el hospital me encuentro con Yagüija por primera vez. Está con la bata blanca, visiblemente cansada y recién salida de guardia. «Dos partos en una noche es agotador y maravilloso. Agotador porque estábamos solo una enfermera y yo. Uno de los bebés venía con un problema de cordón y aquí no tenemos demasiados recursos», Yagüija suspira, sonríe y continúa « Maravilloso, puedes imaginar por qué. En noches como la de hoy uno se da cuenta de la resistencia del ser humano»
A pesar de llevar casi 48 horas sin dormir, Yagüija me invita a recorrer el hospital mientras me cuenta orgullosa el esfuerzo que supone construir y mantener un hospital en un entorno de piedras y arena. «Al principio en los campamentos la tasa de mortalidad infantil era muy alta, pero la RASD (Republica Árabe Saharaui Democrática) tomó la decisión de promover todos los programas que tuvieran que ver con la salud, especialmente los dirigidos a la vacunación y la alimentación infantil. Ahora muchos médicos nos visitan cuando tienen vacaciones y recibimos financiación de cooperación al desarrollo, por ejemplo, tu país (me dice refiriéndose a España) hizo posible la unidad quirúrgica del hospital. En parte sois cómplices de que el bebé, esta noche, haya nacido bien»
Termina nuestro recorrido y Yagüija me invita a tomar el té después del mediodía, así ella tendrá tiempo para descansar. Me vuelvo a la wilaya (nivel de organización administrativa de los campamentos) de Smara, en la que me alojo, sorprendida por el olor a limpio y lo cuidado que está el hospital.
Por la tarde viajo hasta el 27 de Febrero (es el campamento en el que vive Yagüija). Llego a su haima y me espera con los utensilios preparados para la ceremonia del té.
«Espero que te guste el té, sino aquí lo vas a pasar muy mal. Recuerdo que cuando vivía en Cuba, con la universidad, el trabajo y demás me costaba sacar tiempo y tomaba de esas bolsitas (se ríe) para sentirme mas cerca (se queda pensativa unos instantes y prosigue su discurso) A quién quería engañar… no hay nada como la ceremonia del té». Y es que los saharauis con el mismo té hierven agua tres veces: el primero amargo como la vida, el segundo dulce como el amor, y el tercero, suave como la muerte. El ritual transcurre sin prisa y mientras fluye la conversación.
«Cuando vienen médicos extranjeros me hacen recordar los hospitales de Estados Unidos o del Líbano, en los que trabajé durante un tiempo… Teníamos de todo, hacíamos unas cirugías fetales increíbles, ecografías en 4D, podíamos curar prácticamente todo… Sin embargo, aquí todo es muy básico, incluso, una mujer puede morir durante el parto y dependemos de la ayuda internacional para sostener el sistema sanitario» Por un momento Yagüija habla con la mirada puesta en el infinito y un tono de voz entrecortado. Sus ojos se llenan de lágrimas de impotencia, pero pronto sonríe y esas lágrimas desaparecen cuando entra Bachir, su sobrino de cinco años que vuelve de la Madrasa, y se agarra a ella mediante un fuerte abrazo.
«Antes de que me lo preguntes, regresé porque aquí está mi familia, mi pueblo, mi vida, y no puedo abandonarlo. Eso significaría desistir y hay que luchar por la libertad»
He de confesar que tras esta confidencia Yagüija me puso las cosas bastante fáciles. Desde el primer momento que la vi en el Hospital y tras conocer su experiencia como médico, no dejaba de retumbar en mi cabeza la pregunta de por qué regresar a un campo de refugiados después de veinte años sin ver a los tuyos, recibiendo correspondencia muy de vez en cuando y pudiendo haber trabajado en uno de los hospitales más prestigiosos de Norteamérica.
«Si quieres caminamos hasta el dispensario y te lo enseño por dentro, pero espera», Yagüija coge una melfa (es el pañuelo que utilizan las mujeres saharaui para cubrirse), «cuando estaba fuera a veces no la usaba y en el hospital cuando estoy con médicos extranjeros tampoco. Aquí lo hago por respeto a mi familia, y porque sirve para protegerte. El sol pega demasiado fuerte, y cuando hace viento es horrible, si no te cubres bien te encuentras con arena por todas partes. Mira, ves esa chica (lo dice señalando a una joven tapada con guantes, bufanda, gafas, etc.) no quiere ponerse morena. Allá tenéis la costumbre de poneros al sol para estar morenos, aquí es distinto, las chicas quieren estar blancas, incluso algunas tratan de conseguir productos para blanquear la piel poniendo en riesgo su salud» (video 1:20)
Otra de las cosas que me sorprendió al llegar a los campamentos fue que hubiera televisión porque no tienen luz eléctrica. Dependen de algunos paneles solares, pero la cooperación al desarrollo se ha encargado de que puedan tener alguna televisión, de manera que allí ven los mismos anuncios publicitarios que en nuestro medio… La primera vez que vi un anuncio de mascarilla para el pelo me pareció una frivolidad, vender belleza y bienestar en mitad del desierto, en un campamento de refugiados.
«Esto es, ya estamos en el dispensario. En cada wilaya hay uno y la gente acude para tratar dolencias menores, bueno, aquellas que no necesitan de hospitalización o cirugía. También cada wilaya cuenta con un servicio de ambulancia, lo que ocurre es que a veces no hay suficientes coches para los traslados al hospital » El dispensario me recuerda bastante a los ambulatorios de las comunidades rurales de nuestro país, es como un antiguo consultorio médico. « Todo esto lo pusieron en marcha las mujeres. Mi madre, mi abuela, las vecinas… Cuando llegaron aquí estaban solas al cuidado de los niños y acompañadas por los ancianos, así que fueron ellas las que pusieron todo en marcha. Creo que cuando el Sahara sea libre la mujer saharaui será un ejemplo de liberación para el resto de mujeres del mundo musulmán»
Realmente, el sistema sanitario está correctamente establecido. Le pregunto cómo hacen para que todo funcione y me cuenta que «es cuestión de organizarse, cada uno asume unas tareas. Al principio fue difícil, pero poco a poco se ha ido formando al personal sanitario. Los médicos lo hicimos en el extranjero, mientras que los niveles intermedios lo han hecho en la Escuela de Mujeres del 27 de Febrero y el Hospital Nacional. Yo, ahora, estoy formando a un grupo de mujeres sobre cómo cuidar a los recién nacidos cuando sufren cólicos de lactantes y como controlar que los niños no sufran deshidratación. Eso también me fascina, tengo mucha suerte, creo que si no fuera médico, no sabría ser otra cosa»
Termina la visita, esta anocheciendo y debo regresar, me despido de Yagüija, pero antes me recuerda que los días que me queden por allí me cuide la voz (algo tocada por el aire acondicionado del avión), y sobre todo me proteja del sol… «Bueno, y si antes de regresar tienes alguna medicina que hayas traído y no vayas a necesitar, en el hospital o en cualquier dispensario estaremos encantados de recibirlas. Sé que esto no es propio de mi pueblo, si me oyera mi madre pensaría que soy una descarada, pero tú me entiendes, un médico debe tener presente a sus pacientes y aquí se necesitan medicinas. Además, yo he vivido muchos años fuera, me puedo permitir ser algo descarada si es por cuestiones profesionales (se ríe, mientras se despide con un abrazo)
Me subo al coche y nos vamos a Smara antes de que suene el toque de queda, no olvidemos que esta es una zona de conflicto.